Entrevista: El psiquiatra Cancrini “Este es el tiempo del cuidado, no del odio”
De Simonetta Fiori -Traducción por Adelaide Margiotta
Articulo original:
https://rep.repubblica.it/pwa/robinson/2020/03/28/news/lo_psichiatra_cancrini_questo_e_il_tempo_della_cura_non_dell_odio_-252588255/
Sobre el miedo por el futuro, la
solidaridad, los enfermos que se sienten más “normales” y los “normales” que se
sienten enfermos. Reflexiones sobre nuestro estado mental.
“Este es el tiempo del cuidado, no del
odio. Es un tiempo de escucha y de dolor compartido que es bueno para todos;
también para mis pacientes que cultivan en su interior las más terribles de las
fantasías”. La pandemia a través de la mirada del Profesor Luigi Cancrini, uno
de los más grandes psiquiatras italianos, es una ocasión de regeneración, “una
oportunidad para descubrir cercanía y solidaridad, es decir, los recursos más
importantes para vivir mejor”. Con ochenta y un años y una larga trayectoria junto
a Franco Basaglia, Luigi Cancrini fundó en los años Setenta el Centro Studi de
terapia familiar y relacional que considera su casa profesional.
Profesor Cancrini, estamos experimentando la soledad, el miedo, la muerte,
el dolor, la suspensión de la libertad. Muchos han relacionado el malestar de
hoy con la experiencia de la guerra.
“Tengo una memoria muy viva de los bombardeos de 1943. Vivíamos cerca de San Lorenzo, el barrio romano arrasado por los angloamericanos, y recuerdo muy bien el terror, el ruido ensordecedor de los aviones, la huida a los sótanos. Pero se trata de experiencias muy distintas”.
¿Por qué?
“La guerra es el tiempo del odio. En guerra para sobrevivir uno se ve obligado a matar al otro, como bien dice la canción de De André: Piero muere porque se detiene antes de disparar al enemigo, y paga con la vida su preocupación hacia el adversario . En cambio, lo de hoy es el tiempo de la cercanía y la solidaridad. El enemigo es externo a la humanidad y los hombres están obligados a unirse para hacer frente a la amenaza común”.
¿El miedo nos hace descubrir la proximidad?
“Sí, sucede cuando el enemigo es común para todos. Me impresionó el lema: quédate en casa, así haces bien para ti y para los demás. La idea de que ayudándose uno mismo está ayudando también al otro, pone en marcha un movimiento emocional que hace crecer la solidaridad”.
Un sentimiento muy lejano del reciente estado de ánimo colectivo de Italia,
diagnosticada por diferentes sociedades psicoanalíticas como “psicopática”,
“paranoica”, “autoritaria” e “intolerante”.
“Yo utilizaría términos diferentes. Nuestro país, como todo el Occidente, está enfermo de narcisismo: Al poder disponer de todo tendemos a sentirnos omnipotentes y al mismo tiempo desconfiados hacia el próximo, considerándolo una amenaza para nuestros bienes.
La experiencia del coronavirus nos
hace enfrentarnos con los límites – no podemos tenerlo todo – y con la
necesidad de vínculos solidarios: puede ser el mejor remedio para nuestro
trastorno narcisista”.
¿En estos días usted ha podido observar un cambio en sus pacientes?
“Me impresiona la reacción de aquellos
con trastornos psicóticos, pacientes capaces de elaborar fantasías terribles,
que proyectan al exterior desde un mundo interno. Ahora que esta figura
amenazadora aparece en el imaginario de todos, estos pacientes se sienten más
“normales”, iguales a los demás. Así que están mejor”.
¿La excepcionalidad
es capaz de liberar energías inesperadas?
“Es un dato confirmado por los manuales psiquiátricos: muchos enfermos graves mejoran en tiempo de guerra. Disminuyen los suicidios, porque frente al peligro prevalece el instinto de supervivencia. Para la mente humana lidiar con un enemigo interno es mucho peor que lidiar con un enemigo externo del cual nos defendemos junto con los demás”.
¿Esto es así incluso para los que padecen toxico dependencias?
“Sí, esas personas tienen la tendencia
de huir de un fuerte sentido de muerte mediante el aturdimiento y el acto de
esconderse de la realidad. Cuando hay que estar alerta para destruir un enemigo
externo, todo esto desaparece”.
¿Estos mecanismos reactivos se disparan también en los que no tienen
especiales patologías?
“Por supuesto. Y se refuerza aquel
sentimiento de cercanía del cual hablábamos antes. Cuando la emergencia
termine, deberíamos esforzarnos para preservarlo intacto, sabiendo que la
proximidad y la solidaridad son los recursos más importantes para vivir mejor.
Me temo que la cohesión producida por la excepcionalidad vaya a faltar con la
desaparición del virus. Ya veo las señales en las polémicas expuestas en algún
talk show”.
¿Cuál es el consejo del terapeuta para poder cultivar la llama vital dentro
de la dificultad?
“En psicoanálisis se dice que un buen
terapeuta es quien sabe acoger los tiempos de silencio. En el silencio se
transmiten las emociones, el respeto, las perplejidades, las dudas, también los
límites de la comunicación mediante las palabras. En este momento cada uno de
nosotros, en nuestras casas, puede experimentar una constricción hacia el silencio
que podría traernos a una relación mejor con nosotros mismos, y con los demás”.
¿Usted experimenta esta transformación también en lo personal?
“Si. Aunque sigo viendo a los
pacientes que tienen una mayor necesidad de la relación terapéutica, tengo más
tiempo para mí, para leer mis queridos rusos, para escuchar música clásica y
tocar el piano. Miro los árboles desde la ventana, algo que nunca había hecho.
Y además sueño muchísimo: recordar los sueños es la señal de la recuperación de
la relación con uno mismo”.
Una vez superada la emergencia sanitaria, la crisis económica y social será
abrumadora. ¿Existe el riesgo de regresar a un individualismo aún más feroz?
“Sí, claro, todo dependerá de cómo
esta crisis sea gestionada: si se hace en términos solidarios o de opresión.
Como hombre de izquierdas, veo con tristeza que hoy en día en Europa los países
fuertes rechazan la solidaridad a los más débiles. Y me asusta el efecto de la
gran especulación sobre las bolsas”.
Como todo trauma colectivo también el coronavirus dejará marcas. Entre los símbolos más crueles de esta pandemia quedará el desfile solitario de los ataúdes. Se mueren solos. Somos testigos impotentes de la muerte solitaria de las personas amadas.
“Es un aspecto angustiante y terrible, pero también en estos pasajes se advierte una cercanía y un intercambio colectivo a los cuales ya no estábamos tan acostumbrados. Cierto, los rituales de duelo son fundamentales para la elaboración de la pérdida. La imposibilidad de llorar y abrazarse juntos en el momento de la sepultura puede dejar profundas heridas. Muchas de las patologías con las que me enfrento están relacionadas con duelos jamás elaborados”.
¿Volveremos a abrazarnos y a besarnos con la despreocupada alegría de antes o dentro de nosotros actuarán miedos inconscientes?
“Volveremos a hacerlo con más entusiasmo, reevaluando todas aquellas cosas que dábamos por hecho”.
Usted ha definido lo del coronavirus como el tiempo de la solidaridad y de la cura. Los médicos y operadores sanitarios comprometidos en primera línea lo simbolizan.
“Freud decía que la vocación del médico estaba relacionada con la idea de curar a los propios padres. Yo pienso que en muchas vocaciones de las profesiones sanitarias hay un sentimiento profundo de amor por la humanidad. Son ellos quienes deben liderar la transformación de la comunidad de la que hoy debemos ocuparnos: es el mejor modo de no sucumbir a la desesperación”.
Traducción: Adelaide Margiotta. HESTIA, Centro Internacional de Psicoterapia.